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jueves, 12 de enero de 2012

La Historia de la celebración judía de Januká

En la cultura judía existe una tradición milenaria no relacionada con la Navidad cristiana, pero que se celebra en el mes de diciembre y en la que los niños también reciben regalos.

La festividad de Jánuka evoca un acontecimiento ocurrido en el año 165 a.e.c. cuando se produjo la "re-inauguración" del Templo de Jerusalem, de donde recibe su nombre ya que Jánuka, en hebreo significa inauguración.

Desde comienzos del siglo II a.e.c., Judea se encontraba bajo dominio de los reyes seléucidas de Siria y uno de ellos, Antíoco IV, también llamado Epifanes (en griego "el magnífico", "el ilustre") decidió imponer en todo su imperio la cultura helenística y su religión.

Otros pueblos politeístas del Medio Oriente, no tuvieron grandes reparos en aceptar en sus santuarios, estatuas de Zeus y otros ídolos griegos que esta imposición religiosa involucraba. Los judíos, en cambio – que adoran a un único Dios – vieron en la erección de una estatua en el Templo de Jerusalem, una blasfemia intolerable.

Hacia el año 168 a.e.c, el rey Antíoco ya había saqueado gran parte de los tesoros del Santuario del Templo. Junto con la instalación de ídolos paganos en el Templo, prohibió también practicar allí el tradicional culto de sacrificios al Dios de Israel. Para completar la conversión forzada del pueblo judío a la cultura helenística, también prohibió, bajo pena de muerte, varias otras costumbres características del pueblo judío: la circuncisión, el estudio de la Torá (la ley judía), el descanso sabático, las leyes alimentarias, etc. Todo ello para acelerar en la medida de lo posible, la asimilación de los judíos a la cultura, el idioma, la religión y las costumbres griegas, que los demás pueblos del Medio Oriente ya habían ido adoptando paulatinamente.

La rebelión contra las imposiciones religiosas de Antíoco, se inició en el pueblo de Modiín, donde vivía el sacerdote Matatías junto a sus cinco hijos: Yojanán, Simón, Judá, Eleazar y Jonatán. La familia era conocida con el nombre de Jashmonaim (Hasmoneos) y el hijo que encabezó las acciones militares, Judá, recibió el apodo de Macabí, nombre que luego se hizo extensivo a todos los hermanos, que fueron llamados, Macabim (Macabeos).

Esta rebelión iniciada por una familia, se extendió rápidamente y no pudieron sofocarla los ejércitos cada vez más fuertes y numerosos que Antíoco mandó a Judea. Finalmente, en el año 165 a.e.c se produce la expulsión de la guarnición que ocupaba Jerusalem y la consiguiente recuperación del Templo por los judíos fieles a la tradición. Fue derribada la estatua de Antíoco y fueron purificados el altar y los instrumentos del santuario. El día 25 del mes hebreo de Kislev se celebró la ceremonia de Jánuka, la "inauguración" (o mejor dicho "re-inauguración") del Templo. En dicha ocasión, cuando los judíos quisieron encender la menorá (candelabro) del Templo, encontraron que sólo había una jarra de aceite sin profanar (en ese entonces no había velas, y se usaba el aceite para encender las llamas de los candelabros) que según sus cálculos duraría sólo un día. Pero se produjo un milagro, ya que este aceite alcanzó para ocho días, plazo necesario para que los sacerdotes prepararan nuevas raciones de aceite.

Sin embargo, el verdadero milagro de Jánuka tiene un contenido más profundo: un pequeño grupo de judíos, sin armamento sofisticado, pudo vencer al ejército enemigo más poderoso de aquellos tiempos

Costumbres y Tradiciones alrededor de la celebración judía de Januká

En recuerdo de esos ocho días que ardió el aceite, celebramos la fiesta de Jánuka por un lapso de ocho días.

No son días de reposo absoluto y de interrupción del trabajo cotidiano como las otras fiestas del calendario judío, sino que a la hora de encender las velas, después de la puesta del sol, se dejan de lado por un rato las labores de la jornada, para dedicar esos minutos a la ceremonia de encendido de las velas.

El candelabro que se utiliza en esta fiesta se llama Janukiá. Tiene 9 brazos: 8 de ellos a la misma altura, y un noveno en una posición diferenciada, llamado Shamash (en hebreo "servidor"). Las velas se encienden en orden creciente, siendo que el primer día se enciende primeramente el shamash y con éste se enciende una vela, el segundo día se enciende nuevamente el shamash y con éste se encienden dos velas, y así sucesivamente hasta completar las ocho velas en la octava noche.

Se suele obsequiar a los niños monedas "dinero de Jánuka", o regalos en su reemplazo.

Las comidas tradicionales para esta fiesta son las "sufganiot" -bolas de masa frita fritas en aceite y rellenas de dulce- y las "levivot" o "latkes" -pasteles fritos de papa rallada, también fritos en aceite. El motivo por el cual se sirven comidas fritas en aceite es para recordar justamente el milagro de la jarra de aceite que duró ocho días.

Los niños acostumbran jugar con una perinola (en hebreo "Sevivón") de cuatro lados. Dicha perinola lleva escritas, en cada uno de sus lados, las iniciales de la frase: "Un Gran Milagro Ocurrió Allí".

Januká: La Lucha por el Derecho a ser Distintos

Seguramente muchos de ustedes conozcan la historia de Janucá: Los sirios muy influenciados por la cultura griega, trajeron poco a poco a la Tierra de Israel una nueva forma de vida. Una forma de vida pagana que ponía énfasis en la estética más que en la ética, en la belleza y la fortaleza física más que en los valores espirituales y morales. Esta escala de valores era incompatible con la forma de vida judía.

Era el año 169 cuando el rey Antíoco IV decidió acelerar la helenización de los judíos. Para ello construyó una ciudad con características griegas dentro de Jerusalem. Se estableció el culto pagano en el Templo realizándose sacrificios de cerdos en el altar; se prohibió el estudio de la Torá, la observancia del Shabat y la circuncisión.

Aquí empezaron los problemas para los judíos. Las soluciones propuestas para poder sobrevivir eran dos: helenizarse -o sea aceptar como propios los valores de la cultura griega- o resistir.

En el año 167 (a.e.c) los griegos entraron a Modín, un pequeño poblado cerca de Jerusalém y erigieron un altar. Un sacerdote llamado Matitiahu, de la familia de los Jashmonaím, vio a un judío que había optado por la forma de vida griega, llevar un cerdo al altar para ser sacrificado. Matitiahu lleno de furia lo mató y destruyó el altar pagano. Aquí comenzó la revolución. Matitiahu con sus cinco hijos huyeron a las montañas. Poco a poco se unieron a ellos otros judíos que deseaban vivir de acuerdo con las leyes de la Torá.

Pasaron dos años de duras batallas. Finalmente, Yehudá el Macabeo y sus hombres entraron victoriosos al Templo de Jerusalem, destruyeron el altar pagano y purificaron los utensilios profanados.

El 25 de Kislev del año 165 (a.e.c) encendieron por primera vez en muchos años la Menorá, el candelabro de oro de siete brazos.

Janucá es una historia de milagros. El primer milagro fue el triunfo de unos pocos contra muchos, de los débiles contra los poderosos, un triunfo casi mágico cuando parecía imposible.

El segundo milagro tiene que ver con las luminarias. Cuando los Macabeos entraron al Templo de Jerusalem para purificarlo encontraron un cántaro de aceite que les serviría para encender la Menorá. Según sus cálculos este aceite debía durar sólo un día, pero siguió ardiendo durante ocho días.

Hasta aquí la historia de Jánuca.

Ahora debemos preguntarnos:

¿Qué podemos aprender de Janucá?
¿Qué enseñanza podemos extraer de esta colorida fiesta?

Lo primero que debiéramos aprender es que debemos mantener nuestro derecho a ser distintos. No somos ni mejores ni peores. Somos distintos. Tenemos tradiciones valiosas que queremos preservar y los otros deben respetar nuestra libre decisión. Como judíos debemos luchar por nuestro derecho a mantener aquello que nos pertenece.

Nuestros antepasados decidieron encender la Menorá a pesar de saber que su llama se consumiría en poco tiempo. Ese fue el milagro: nada les aseguraba que la luz duraría pero igual la encendieron; nada aseguraba que la lucha tendría éxito y sin embargo lucharon.

Nuestro vecino -el que no es igual a nosotros- debe aprender a respetarnos, y nosotros a él. Respetar al que piensa y cree como yo, no es difícil y no exige ningún esfuerzo. Sin embargo debo aprender a respetar también al que no piensa ni cree como yo.

Lo segundo que podemos aprender de Janucá es que debemos ascender en santidad. Cada noche de Janucá ascendemos en luz, en brillo. Comenzamos la primera noche con una vela y agregamos cada noche una vela más. Así también debemos superarnos día a día e ir ascendiendo en santidad.

Lo tercero que nos enseña Jánucá (a través del Shamash), es que debemos iluminarnos a nosotros mismos para luego iluminar a otros. Es cierto, la luz no debe quedar dentro nuestro. Sin embargo, si no empezamos por nosotros, no podremos iluminar a nadie. Esto vale para cada uno de nosotros en particular, para nosotros como comunidad y para nosotros como pueblo.

Sea tu voluntad, oh Dios, que las luces de janucá iluminen nuestra vida. Que podamos ascender en santidad, iluminarnos e iluminar a otros con nuestra luz. Y que podamos servirte a ti, a nuestro pueblo y a nuestra comunidad con fe y amor. Amén.

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