Un año más estamos inmersos en las fiestas navideñas. Esos pocos días del año en que todos nos hacemos propósitos de enmienda, aflora nuestra vena solidaria o queremos paliar los desarreglos de nuestra vida cotidiana. Deseos espirituales o materiales, deseos generosos o egoístas. De diversas naturalezas pero siempre deseos. Y es que dicen, la Navidad es la época de la ilusión y de la magia.
Recordemos que para las antiguas civilizaciones la Magia era el Magno Conocimiento, el Gran Conocimiento, una natural aplicación de las Leyes de la Naturaleza. Un contacto permanente entre el hombre y su entorno... nada que ver con la idea que hoy tenemos de la magia, más cercana a la imagen de un conejo saliendo de una chistera, que a cualquier otra cosa... Éste es un ejemplo de cómo las palabras y los conceptos se van adulterando con el tiempo hasta perder su verdadero significado.
Algo parecido ocurre con la navidad. Todos hemos asimilado las tradiciones que conocemos desde niños aceptando el origen cristiano de estas fiestas. Pero ésta es sólo una de sus caras... ¿conocemos el origen pagano de la Navidad?
Las Saturnalias
Al grito de ¡Io Saturnalia! comenzaban en Roma las fiestas más esperadas e importantes del calendario romano: las Saturnalias.
Estaban dedicadas al dios Saturno, dios de la agricultura, y se celebraban del 17 al 23 de diciembre.
Suponían el final de la siembra de invierno, el momento en que los esclavos y sirvientes podían descansar de sus quehaceres cotidianos. El 17 de diciembre se celebraba un banquete frente al Templo del dios Saturno, en el Foro romano, que suponía el pistoletazo de salida para unos días de auténtica celebración popular. Durante estas fiestas, los romanos se entregaban a los excesos alimenticios (igual que hoy en nuestra actual Navidad), visitaban a los amigos y familiares intercambiando regalos y, lo más curioso, los señores y sus sirvientes intercambiaban los papeles siendo por unos días el amo servidor y el esclavo señor.
En las Saturnalias, las casas se adornaban con plantas verdes y todas las celebraciones se realizaban a la luz de las velas, simbolizando la lucha de la luz contra las tinieblas.
Las Saturnalias terminaban con la celebración del nacimiento del Sol Invictus, el Sol que renace de sus cenizas o más específicamente, el sol que no muere. Y es que la Festividad de las Saturnalias coincidía en el calendario solar con los días más cortos del año, que son los últimos días del otoño, cercanos al Solsticio de Invierno; es cuando la oscuridad se impone a la luz y el sol, alegóricamente, muere. Astrológicamente coincide con la entrada del Sol en el signo de Capricornio.
El 24 de diciembre y el dios Mitra
Dios de origen persa, muy venerado entre las legiones romanas, Mitra era una divinidad solar cuyo día de culto era el domingo, día del Sol.
El emperador Diocleciano proclamó el 25 de diciembre día festivo dedicado a Mitra aunque luego esta festividad sería prohibida por Teodosio en el año 394 d.C.
Esta divinidad está muy relacionada con el Solsticio de Invierno que se produce el 21 de diciembre. Según la mitología, Mitra lucha contra las tinieblas y durante tres días permanece en los infiernos, "naciendo" de nuevo el 24 de diciembre, día en que la luz comienza a ganar horas a la oscuridad.
En Roma su culto se celebraba el 25 de diciembre y suponía el final de la Festividad de las Saturnalias.
Existen muchas similitudes entre los cultos cristianos y los mitraicos. Mitra también fue adorado por pastores al nacer, lo que hizo en una cueva. En el culto mitraico existen dos sacramentos importantes: el bautismo y el banquete sagrado, que se celebraba con pan y agua mezclada con vino y miel (hidromiel). También su doctrina pregonaba el amor hacia los pobres.
El final de las Saturnalias suponía el inicio de otra festividad de estas fechas: el Festival de la Sigillaria en el que los niños eran los protagonistas y solían recibir regalos.
Año Nuevo: las Calendas de enero y la festividad del dios Jano
Jano era el dios romano de los Inicios y a él estaban dedicados los días 1 de cada mes, es decir, las Calendas. Durante las Calendas de Enero se invocaba al dios Jano para que consagrase el nuevo año y lo tornase fructífero; no era exactamente una fiesta sino más bien un ritual o ceremonia en la que los romanos hacían ofrendas de pan y vino al dios Jano.
También en este día se solían hacer regalos y se promovían los sentimientos de perdón y amistad hacia los amigos. Los primeros regalos del Año Nuevo romano consistían en ramas cortadas de árboles sagrados, aunque luego fueron evolucionando y cambiando su naturaleza que, en algunas ocasiones, llegó a ser monetaria.
Con la proclamación del Cristianismo como nueva religión oficial del Imperio, llevada a cabo por el emperador romano Constantino I, los antiguos cultos paganos fueron reemplazados por las costumbres del nuevo credo. Aunque sólo han cambiado de forma y tal vez de nombre, pero siguen presentes en el inconsciente colectivo que año tras año celebra la llegada de la Luz y su Victoria sobre las sombras.
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